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viernes, agosto 25, 2006

Huevo Tibio

Ni frío, ni caliente... tibio.
Ni arriba, ni abajo... en medio.
Ni izquierda, ni derecha... dentro.
Ni cero, ni uno, más bien analógico, difuso.
No discreto, continuo.
Ni si, ni no... ¿Entonces?
Ni alegría, ni tristeza, entonces indiferencia.
Ni estrellado, ni revuelto: tibio.
Ni blanco, ni negro... gris. ¿En qué tono?
Sin iniciativa, ni posición, esperando que llueva sin siquiera pedirle a Tláloc.
No me gusta el huevo... y menos tibio.
Avísame cuando lo empiece a comer.

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domingo, agosto 20, 2006

Hablando de Episodios Nacionales... pero no en salsa verde

Hace poco encontré estos pequeños cuentos que presento a continuación. Aunque fueron escritos con un año de diferencia, tienen en común que ambos tratan de Episodios Nacionales... aunque no en salsa verde.

No he querido alterar ni el sentido ni los errores de los escritos, por eso los presento tal cual, porque reflejan parte de mi hace 4 ó 5 años.

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El Reloj de Maximiliano


Estaba Maximiliano en su estudio del Castillo de Chapultepec apreciando la vista de la ciudad de México, y jugando cartas con su esposa Carlota. Era una vista impresionante y Maximiliano no lograba concentrarse en el juego. Quería encontrar a lo lejos el carruaje de un viejo amigo que lo visitaría. Por eso miraba constantemente su reloj, que ya llevaba varias generaciones en la familia y al cual el propio Maximiliano había mandado grabar sus iniciales. Efectivamente, era un reloj muy antiguo y Maximiliano le tenía un gran aprecio. Constantemente recordaba el momento en que por fin había logrado poseerlo: El reloj había sido ocultado por su padre en un lugar del castillo en que Maximiliano vivía.
Maximiliano le había tomado mucha importancia al asunto, pues desde niño había deseado ese reloj que el recordaba a su abuelo. Había invertido días enteros buscándolo. Una noche antes de partir a México invitado por los conservadores, Maximiliano descubrió detrás del retrato de su abuelo una cadena colgando, se acercó y ahí estaba, ¡El reloj que tanto había buscado durante años! Al día siguiente Maximiliano partió hacia México con temor, pero se sentía feliz de llevar algo tan valioso, que estaba seguro que lo protegería, como protegió a su abuelo en tiempos pasados.

Se escuchó un grito, y Maximiliano regresó a la escena del juego de cartas. Era la cocinera, que llegaba asustada y hablaba tan rápido que nadie podía entender lo que decía. Había llegado un mensajero. ¡Los liberales venían! De pronto, en el castillo había un caos indescriptible, los sirvientes corrían de un lado a otro, la cocinera y la lavandera gritaban y Carlota empezó a empacar. Todo sucedió tan rápido, que Maximiliano pidió a Carlota que sólo llevara lo necesario, claro que Carlota empacó hasta la vajilla que le había heredado su bisabuela y que rara vez habían utilizado. NO había tiempo, ya venían. Maximiliano observó por última vez la ciudad de México desde el balcón y huyó. Subió al carruaje con su esposa y temeroso no pensaba en otra cosa mas que huir. Se sentía triste y trataba de distraerse viendo el paisaje. El carruaje avanzaba y carlota preocupada, rezaba. Al observar a su esposa, Maximiliano recordó el reloj. Lo buscó en sus bolsas y no estaba, lo siguió buscando en el equipaje y en el piso, pero no estaba. Lo había olvidado en la mesa sobre las cartas. Ya no lo protegería más.

12 Sept 2000
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El Libro de Poemas de Sor Juana

Estaba Juana de Asbaje y Ramírez de Castellana en su estudio en el Claustro, aquel convento en la Ciudad de México en donde había encontrado la paz espiritual para realizar lo que más disfrutaba. El estudio estaba ubicado a una altura considerable y en un lugar estratégico para poder apreciar la hermosa ciudad. Ahí estaba Sor Juana Inés de la Cruz, como pasó a la historia, tratando de concentrarse en lo que escribía en ese momento. Esa era su gran pasión: escribir, de lo que fuera, aunque generalmente eran temas no permitidos guiados por el sentimentalismo de una mujer. En fin, en ese momento trataba de escribir un poema acerca de las bellezas de la naturaleza. Pero algo pasaba. ¡La vista de aquélla ciudad era tan impresionante! Podría escribir por horas acerca de tan bella ciudad a la que llegó cuando tenía ocho años, pero no lograba concentrarse. En realidad trataba de encontrar a lo lejos el carruaje de una vieja amiga de juegos que hacía quince años que no veía, y empezó a recordar su infancia

Juana conocía a aquélla niña prácticamente desde recién nacidas, habían crecido juntas en aquélla aldea de San Miguel Nepantla y nunca se separaban. Las niñas fueron educadas a la manera tradicional, sin embargo Juana empezó a interesarse en otro tipo de cosas al grado de engañar a la maestra de su escuela diciéndole que su madre ordenaba le enseñaran a leer y escribir. Las inseparables amigas empezaron a distanciarse poco a poco, ¡Juana tenía ya otros intereses que no eran lo de una niña de su edad y su época! Trató en varias ocasiones de enseñar a su querida a miga a leer, pero ella no lo lograba, más bien no estaba interesada. Llegó el día en que Juana y su familia se fueron a la Ciudad de México, fue un día muy triste para las amigas, se habían vuelto muy distintas y distantes pero el cariño y los recuerdos seguían... Juana siguió creciendo y visitó durante siente años su aldea y a su amiga. Cada vez se daba cuenta que sus vidas se distanciaban, su amiga fue educada para seguir el destino de cualquier mujer de la época y la última vez que la visitó fue para asistir a su boda. Sin embargo Juana podía estar interesada en todo menos en el matrimonio y la presión social empezó. ¡Vestiría santos! Después de analizar detenidamente su situación, Juana decidió que lo mejor sería entrar al convento. En realidad esta idea no era de su total agrado, no estaba a favor de muchas cosas de la Iglesia y las monjas le caían mal, peor era la mejor opción en vez de casarse. ¡Además tendría acceso al conocimiento! Entró al convento y así pasó el tiempo y cada vez la pasión de Juana por los libros fue creciendo, además empezó a escribir un libro de memorias y otro de pensamientos y poemas que cada vez que compartía con alguien terminaba metida en algún problema pues los temas de los que hablaba eran polémicos. Éste era el tesoro más valioso de Sor Juana, contenía años de dedicación y además su forma de ver el mundo.
Alguien anuncia la llegada de una visita, es la tan esperada amiga y Sor Juana regresa a la escena del estudio con la vista a la ciudad. Se saludan como se saludan dos amigas que no se han visto en quince años y de ese momento al término de las dos siguientes semanas no se separan. Platicaron de todos los temas habidos excepto de uno en especial que parecía inquietar a la amiga peor no se atrevía a decirlo. Sor Juana no la cuestionó, más bien le leyó su libro de poemas y le habló de las maravillas que conocía y que para la mayor parte de la población eran desconocidas. La amiga de la infancia quedó sorprendida y parecía no querer regresar a San Miguel.

Hasta que llegó el día en que una de las monjas estando en la cocina en la noche tiró sin querer un quinqué y empezó el fuego. Para cuando la congregación se dio cuenta, el convento estaba en llamas y no les quedó otro remedio que salir corriendo. Sor Juana salvó a su amiga y a su querido libro de memorias, sin embargo el libro de poemas se había perdido en el fuego. Todo sucedió muy rápido y a la amiga no le quedó otro remedio mas que regresar a su aldea, pero antes viendo a Sor Juana sumida en tal depresión por todo lo sucedido y agradecida le contó su gran secreto: En realidad había salido huyendo de su casa donde estaban su esposo y sus cinco hijos pues no pudo resistir más después de diez años de constantes maltratos y humillaciones por parte de su esposo. Los cinco primeros años habían sido felices pero después las cosas cambiaron y afirmó que en general todas las mujeres estaban en la misma situación, pero eran presionadas por la cultura de una sociedad. Le dijo que en realidad la admiraba por lo que significaba su valor para imponerse a una sociedad para seguir sus sueños y que no había querido contarle esto por verla tan feliz y realizada y ella tan desdichada y humillada. Al estar en esta situación no había encontrado otro lugar donde refugiarse mas que con su querida amiga y le agradeció por esas dos semanas en las que le había abierto los ojos para darse cuenta que el mundo no es un cuarto cerrado.
Al saber Sor Juana tan triste historia decidió que no quedaría sin conocerse. So Juana y la congregación fueron a vivir temporalmente a otro convento cercano hasta que se reconstruyó el anterior. Pero durante ese tiempo Sor Juana cumplió una promesa que fortaleció una amistad y no dejaría que el mundo dejara de conocer. Así que tal vez perdió un libro de años llenos de poemas pero una nueva inspiración y lucha había llegado, así que empezó a escribir: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón,...”

2001

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