Retrato de 4.5 x 3.5 cm.
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Me formo y observo a la gente: Cómo hablan, de qué hablan, cómo huelen, qué observan, si también me observan. En una fila están el ama de casa cuyos hijos can al Cumbres, la familia que no fue a trabajar para hacer el trámite, el que se fué de espalda mojada, viene de algún estado y huele a que no se ha bañado en dos semanas, la "niña bien" que nunca pierde la sonrisa a pesar de la espera, el niño que no deja de moverse, la señora de ochenta años que no puede estar parada mucho tiempo, el señor prepotente, el judío, el que no sabe leer y la que se perdió el desfile de modas... y yo. Y todos somos diferentes, pero en este momento somos tan iguales. Y a todos les molesta la burocracia y todos quisieran trámites eficientes, un mejor trato, que no hubiera corrupción, ni preferencias y no estar perdiendo el tiempo de esta manera. Pero casi nadie levanta la voz y quien lo hace, lo hace molesto y comparando despectivamente a México con un país comunista o con una granja de reces y vociferando que nunca saldremos del tercer mundo. Y las comparaciones y las palabras hieren cuando a pesar de todo y a pesar de querer enaltecer todo lo bueno de este hermoso país, se sabe que es verdad, que aún hay mucho qué hacer, que México requiere de gente que desee que todos salgamos adelante juntos y que por un momento olvide su propio beneficio, de gente que en verdad crea que solo es pasajero y que nos espera algo mucho, mucho mejor, de gente que disfrute su trabajo, gente comprometida, con ideas, con propuestas, que levante la voz, que sepa que no tenemos lo que merecemos, porque merecemos mucho, mucho más.
Yo amo a mi país, creo que tenemos gente capaz y valiente y luchona, con grandes capacidades, gran inventiva y gran corazón. Me parece que a los mexicanos nos falta creer que merecemos las cosas, dejar a un lado los complejos y olvidarnos de las grandes diferencias sociales, culturales y económicas que nos dividen y vernos a nosotros mismos como un solo país.
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